¿Sabes esa sensación de caminar sobre una tabla demasiado
estrecha? Vamos a sumarle un mar terrorífico bajo la tabla, con olas tan
grandes que casi nos rozan los pies. También hace bastante viento, sopla en
nuestros oídos, es complicado mantener el equilibrio. Añadamos que la tabla
cruje, soporta con dificultad nuestro peso. Y lo más importante, justo debajo
de nosotros un grupo de tiburones hambrientos espera, deseando que caigas para
destrozarte. De esos quería hablarles, de los tiburones hambrientos. De mis
tiburones hambrientos.
Son esas personas que, familiares o no, compañeros,
conocidos, examigos, examantes, incluso amantes, qué sé yo, esperan impacientes
tu caída. No tomarán partido activamente en tu fracaso, al menos no de forma
evidente. Ellos no son el viento y no son las olas, pero sí sonreirán con cada
ráfaga que te haga temblar, se reirán ante tu gesto de horror al ver el mar
enfurecido.
Todos tenemos algunos tiburones hambrientos, sean blancos o
tigres, y a mí me han crecido unos cuantos. Pero los observo desde arriba, los
saludo y les sonrío cada día. Y sigo caminando paso a paso, a veces segura y
otras veces muerta de miedo. Los días de lluvia y tempestad me agarro muy
fuerte a mi tabla poniendo en tensión todos mis músculos y lloro asustada. En
esos momentos debo ser todo un espectáculo para ellos, deben fantasear
recreando mi estrepitoso impacto contra el mar. Pero la expresión les cambia
cuando, aunque arrastrándome o de rodillas, vuelvo a avanzar.
Mis tiburones hambrientos van a seguir teniendo hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario