domingo, 17 de julio de 2016

Sobre mis tiburones hambrientos.

¿Sabes esa sensación de caminar sobre una tabla demasiado estrecha? Vamos a sumarle un mar terrorífico bajo la tabla, con olas tan grandes que casi nos rozan los pies. También hace bastante viento, sopla en nuestros oídos, es complicado mantener el equilibrio. Añadamos que la tabla cruje, soporta con dificultad nuestro peso. Y lo más importante, justo debajo de nosotros un grupo de tiburones hambrientos espera, deseando que caigas para destrozarte. De esos quería hablarles, de los tiburones hambrientos. De mis tiburones hambrientos.

Son esas personas que, familiares o no, compañeros, conocidos, examigos, examantes, incluso amantes, qué sé yo, esperan impacientes tu caída. No tomarán partido activamente en tu fracaso, al menos no de forma evidente. Ellos no son el viento y no son las olas, pero sí sonreirán con cada ráfaga que te haga temblar, se reirán ante tu gesto de horror al ver el mar enfurecido.

Todos tenemos algunos tiburones hambrientos, sean blancos o tigres, y a mí me han crecido unos cuantos. Pero los observo desde arriba, los saludo y les sonrío cada día. Y sigo caminando paso a paso, a veces segura y otras veces muerta de miedo. Los días de lluvia y tempestad me agarro muy fuerte a mi tabla poniendo en tensión todos mis músculos y lloro asustada. En esos momentos debo ser todo un espectáculo para ellos, deben fantasear recreando mi estrepitoso impacto contra el mar. Pero la expresión les cambia cuando, aunque arrastrándome o de rodillas, vuelvo a avanzar.

Mis tiburones hambrientos van a seguir teniendo hambre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario