martes, 13 de febrero de 2018

Como si supiéramos qué ver en San Valentín

¡Hola! Poco a poco empezamos a funcionar tras las vacaciones, y llegamos a tiempo para recomendarles una peli para este San Valentín, porque tener un plan sin gastarse un duro es posible (y más que recomendable). Soy Ra, y les voy a hablar un poco de una comedia romántica, a falta de un calificativo mejor, llamada I’m a Cyborg, but that’s Ok.


Es muy muy muy fácil recomendar cualquier “película de amor” para San Valentín, hay muchas opciones, pero las posibilidades de que la elegida acabe siendo más de lo mismo respecto a sus compañeras de género son altísimas. Aquí es donde I’m a Cyborg, but that’s Ok (I’m a Cyborg a partir de aquí) se luce que da gusto.

Young-goon es una joven que trabaja en una fábrica de electrodomésticos y que piensa que puede hablar con las máquinas. De hecho, ella misma cree que es un cyborg, y sufre un grave accidente al intentar “recargarse”. Esto es visto como un intento de suicidio, por lo que es ingresada en un hospital para enfermos mentales. Aquí, conoce a Il-soon, otro paciente del centro que afirma poder robar las habilidades de la gente. La trama girará en torno a estos dos personajes, y poco a poco veremos cómo se conocen e interactúan entre sí.

Muchos han dicho que es el punto intermedio entre Alguien voló sobre el nido del cuco (por eso del psiquiátrico) y Amélie (al utilizar la imaginación de los personajes como hilo conductor), y es una buena forma de describirla, pero, por suerte, ésta no tiene una petarda insoportable como protagonista. Ver el mundo a través de la perspectiva de los pacientes de un centro psiquiátrico es, como cabe esperar, un recurso riquísimo que da mucha libertad para contar la historia, y es el principal punto fuerte de la obra. Además, no solo la pareja protagonista está hecha con mimo, sino que todos los partícipes en la trama son tremendamente carismáticos y no hay un solo individuo al que no se le acabe cogiendo cariño, en mayor o menor medida.

No es una película de amor al uso, puesto que la relación sobre la que se sostiene todo es una sombra que no se materializa de forma explícita hasta bien avanzado el argumento, pero que está ahí desde el momento en el que la pareja principal se cruza y que se basa en metáforas y simbología para desarrollarse continuamente. Es deliberadamente ambigua, y hace un esfuerzo bastante  importante en que el espectador abandone cualquier intento de utilizar la lógica sobre lo que está viendo, aprovechando la locura de los personajes para difuminar lo que es real y lo que no. Para esto, la primera mitad de la película está dedicada a contextualizar y presentar a los pacientes, solo para crear el ambiente y meterte dentro. Y funciona, vaya que sí.


Durante las casi dos horas que dura la película, no vemos ni una sola muestra de amor romántico expresada de forma convencional a excepción de un beso, y es justo eso lo que más extraño resulta, es ese gesto tan conocido para todos lo que más fuera de lugar parece, gracias al contexto surrealista que tan bien se ha creado hasta entonces. El amor se presenta de forma inocente y sincera, casi de forma infantil, pero no empalaga, no aburre y resulta lo más verosímil del mundo llegados a ese punto.

I’m a Cyborg es, por encima de todo, una historia de amor aunque no lo pueda parecer, y es una excelente elección para pasar el 14 de febrero. Estoy seguro de que “garantía de por vida” les va a acabar pareciendo uno de los términos más románticos que puede haber.

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